sábado, 26 de septiembre de 2009

Organizar los recursos

Por la fuerza de las cosas, el pueblo de las grandes ciudades
se verá obligado a apoderarse de todos los víveres, procediendo
de lo simple a lo complejo, para satisfacer las necesidades de
todos los habitantes. Cuanto más pronto se haga, mejor será:
cuanto más miseria se evite, más luchas intestinas se evitarán.
Pero, ¿sobre qué bases podría organizarse el usufructo en co-
mún de los alimentos? Ésta es la cuestión que surge naturalmente.
Pues bien: no hay dos maneras diferentes de hacerlo equita-
tivamente, sino una sola, que responde a los sentimientos de
justicia y es realmente práctica: es el sistema ya adoptado por
las comunas agrarias en Europa.
Tomemos una comuna de campesinos, en cualquier lugar,
incluso en Francia, donde los jacobinos han hecho todo lo posi-
ble por destruir los usos comunales. Si la comuna, por ejemplo,
posee un bosque, cada cual tiene derecho a tomar, mientras no
falte, cuanta leña pequeña quiera, sin otro control que la opi-
nión pública de sus convecinos. En cuanto a la leña gruesa,
como nunca es bastante, se recurre al racionamiento.
Lo mismo sucede con los prados comunales. Mientras hay
suficiente para toda la comuna, nadie controla lo que han pas-
tado las vacas de cada familia, ni el número de vacas en los
pastizales. Sólo se recurre al reparto o al racionamiento cuando
los pastos son insuficientes. En toda Suiza y en muchas de las
comunas en Francia y en Alemania donde hay prados comuna-
les, practican este sistema.
Y si se va a los países de Europa oriental, donde se encuentra
en abundancia la leña gruesa y no falta nunca el suelo, se ve a
los aldeanos cortar los árboles en los bosques de acuerdo con
sus necesidades, cultivar tanto terreno como les hace falta, sin
pensar en racionar la leña gruesa ni en dividir la tierra en par-
celas. Sin embargo, se racionará la leña gruesa y se repartirá el
suelo según las necesidades de cada familia en cuanto falten
una u otro, como ya es el caso de Rusia. En una palabra, tomar
sin tasa lo que se posee en abundancia; y racionar lo que hace
falta medir y repartir.
De trescientos cincuenta millones de hombres que viven en
Europa, doscientos millones siguen aún estas prácticas entera-
mente naturales. Algo destacable: el mismo sistema prevalece
también en las grandes ciudades, al menos para un objeto de
primera necesidad que se encuentra en abundancia: el suminis-
tro libre de agua a domicilio.
Mientras que las bombas sean suficientes para abastecer a
las casas, sin que nadie tenga temor a que falte el agua, a
ninguna compañía se le ocurre la idea de reglamentar el em-
pleo que se haga del agua en cada casa. ¡Que usen la que quie-
ran! Y si se teme que falte el agua en París durante los grandes
calores, las compañías saben muy bien que basta una simple
advertencia de cuatro líneas puesta en los periódicos para que
los parisinos reduzcan su consumo de agua y no la derrochen
demasiado.
Pero si decididamente llegase a faltar el agua, ¿qué se haría?
Se recurriría al racionamiento. Y esta medida es tan natural,
está tan en la mente de todos, que vemos cómo París en 1871
reclamaba en dos ocasiones el racionamiento de los víveres
durante los dos sitios que padeció.
¿Es necesario entrar en detalles y establecer cuadros sobre
la forma en que funcionaría el racionamiento, y probar que
sería infinitamente más justo, infinitamente más justo, que todo
lo que hoy existe? Con esos cuadros, esos detalles, no logra-
ríamos persuadir a aquellos burgueses –ni, lamentablemente,
a aquellos trabajadores aburguesados– que consideran al pue-
blo como un conglomerado de salvajes que se romperían las
narices en cuanto no funcionase el gobierno. Pero es preciso
no haber visto nunca al pueblo deliberar para dudar ni un
solo minuto de que si fuese dueño de hacer el racionamiento
lo haría con arreglo a los más puros principios de justicia y de
equidad.

La Conquista del Pan - Piotr Krotopkin

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